CUENTALUZ , EL CUÉNTAME DE ANDALUZ
Revolver un poco en el trastero de los recuerdos es algo que
no cuesta mucho cuando sabes que te vas a encontrar cosas curiosas que han
quedado ahí en el disco duro para siempre. Rememorar nuestra infancia o
adolescencia en el pueblo, recuerdos imborrables, experiencias que nos
impactaron, todo eso podría ser “Cuentaluz”.
LOS MACHOS
Aún hoy parece que estoy viendo a mi abuela Dorotea en el
soto con un trozo de pan en la mano para atraer a los ‘machos’ (mulas) y poder ponerles
la “cabezada” para recogerlos a dormir a casa. Creo que se llamaban capitana la
de color pardo y la otra ...(tendré que preguntar a mis tíos). Llevarles por
la carrera del soto era toda una experiencia. Y venir montado en la blanquilla,
que era la más noble, era como un sueño cumplido, como si dijéramos ir al parque de atracciones.
Recuerdo que una vez
nos montaron a los dos, a mi hermano y a mí, seguramente mi abuelo Lorenzo o mi
padre, y anduvimos un rato hasta que el animal empezó a trotar un poco. Así, botando de un lado a otro, ‘cagaos’ y tratando de mantener el equilibrio, poco tardamos en ir al suelo. Yo iba atrás cogido a mi hermano por la cintura y me deslicé poco a poco por una de las patas
traseras de la mula. Fue muy divertido. Disfrutaba contándoselo a mis amigos.
El animal, pues recuerdo más cuando ya quedaba sólo uno,
tenía su espacio en la casa, algo habitual en el pueblo. Entraba alzando sus patas con cuidado, pues había
y creo que sigue habiendo, un pequeño escalón de piedra, y muy despacio se
dirigía a la cuadra.
Lo peor es que no se trataba de un espacio exclusivo para el macho, era un espacio compartido. Es decir, allí también se ubicaba el servicio, por lo que si querías hacer ‘mayores’ tenías que dirigirte a la zona ya ‘predeterminada’, por donde ya solía haber algún montoncito que evidenciaba que alguna 'sorpresa' se encontraba debajo, y con el ‘consentimiento’ del macho disponerte a realizar tus necesidades fisiológicas. Vamos que la intimidad de esos momentos estaba un poco forzada. Un día vinieron a recoger el estiércol de la cuadra, cuando ya se había acumulado bastante y no entendía muy bien que aquellos señores se llevaran la ‘mierda’ de casa y encima le pagaran a mi abuelo por aquella ingrata labor. Me quedé sorprendido por ello.
Lo peor es que no se trataba de un espacio exclusivo para el macho, era un espacio compartido. Es decir, allí también se ubicaba el servicio, por lo que si querías hacer ‘mayores’ tenías que dirigirte a la zona ya ‘predeterminada’, por donde ya solía haber algún montoncito que evidenciaba que alguna 'sorpresa' se encontraba debajo, y con el ‘consentimiento’ del macho disponerte a realizar tus necesidades fisiológicas. Vamos que la intimidad de esos momentos estaba un poco forzada. Un día vinieron a recoger el estiércol de la cuadra, cuando ya se había acumulado bastante y no entendía muy bien que aquellos señores se llevaran la ‘mierda’ de casa y encima le pagaran a mi abuelo por aquella ingrata labor. Me quedé sorprendido por ello.
En la cuadra de la casa de mis abuelos paternos, Engracia y
Lino, o Linos como siempre se ha conocido, recuerdo que un día mi padre nos
enseñó un ternero recién nacido. No lo llevaban a pastar al soto y amamantaba
de la vaca cuando venía por la tarde. A los terneros se le llamaba “jitos” no
sé si sería un apócope de ‘hijito’.
Montar en el carro para ir al monte a por leña también lo
recuerdo muy gratamente, otra aventura inolvidable. Otro día fuimos con mi
abuelo a labrar una finca, creo recordar, por el Pradillo. Lo único que me
acuerdo es de la cantidad de tacos e insultos que recibió la pobre mula por no mantener recto el surco.
También ir a vendimiar a la viña que tenía en el cruce de Berlanga era otra singular actividad que sólo la podías hacer en el pueblo. Era otra oportunidad para montar en el carro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario