Hemos llegado al pueblo. Estamos en otra dimensión. Olvídate del parchís, los cromos y las canicas. ¿A qué jugamos aquí?. Creo que esta pregunta siempre ha existido en mi subconsciente desde que vi un día a los chicos del pueblo por el camino de Centenera haciendo una pequeña hoguera de la que salían cohetes descontrolados. Bueno, más bien eran botes vacíos de insecticidas de mosquitos y matamoscas que una vez introducidos en la hoguera explotaban o salían despedidos a toda pastilla. Mis padres no lo veían nada bien, pero a mí me parecía espectacular. Evidentemente, en este contexto lúdico, daba no sé qué sacar los cubiletes de la oca para ponerse a jugar.
Ir a pescar a la boquilla era un pasatiempo habitual, pero algo aburrido si lo comparábamos con tirar con la carabina de mi tío Joaquín. Pero ésto no era tan fácil de conseguir. Requería un protocolo. Era preciso pasar un buen rato buscándola, porque mi tío la escondía bien y la iba cambiando de sitio. Recuerdo que algunos de mis primos ya se sabían los escondites habituales, en un rincón de la cámara, encima del armario... Ya incluso creo que se traían de casa perdigones de los buenos, de los de copa. Y luego, como mi abuela no se fiaba demasiado, la segunda parte era convencerla. Pero al final conseguimos que nos dejara, con la condición de que no la sacásemos de casa. No había problema. Tirábamos desde la ventana del comedor a los gorriones que se posaban enfrente, en la cerrada. Si caía alguno venía bien para la paella y hasta la abuela se ponía contenta.
Buscábamos tanto la carabina que a veces nos encontrábamos con agradables sorpresas en forma de revistas, no precisamente del corazón, pero también con mucha fotografía, hasta el punto de que en ocasiones estabas revolviendo por la cámara y ya no sabías muy bien qué estabas buscando, si revistas o la carabina.
Recuerdo que un día le gastamos una broma a mi abuela Engracia. Ella, muy atenta, siempre nos daba muy bien de merendar. Las fuentes de chorizos (de los rojos y de los blancos), 'torrenos' y costillas en aceite siempre estaban a rebosar cuando llegábamos. Aquel día con mis primos estábamos partiéndonos de la risa con una revista, mientras mi abuela estaba en la cocina, junto a la lumbre, calentando los chorizos en la sartén. Había una foto de una chica despampanante en una actitud no precisamente demasiado religiosa. Se nos ocurrió dejarla ahí encima de la mesa y hacernos los "longuis", ¡venga! va. Se abre la puerta y entra mi abuela con la fuente de chorizos. Nosotros intentando no reirnos. La abuela deja la fuente en la mesa y aparentemente no ve nada. Pero ¿cómo podía ser?, si la revista estaba ahí en medio de la mesa y tenía una foto a toda página. No, ella sigue sin ver nada. Descojonaos de la risa. Tuvimos que decirle algo así como "¿abuela, ha visto las noticias del periódico de hoy?", momento en que mi abuela sacude un manotazo a la revista que la manda a tomar viento y se va reguñendo y enfadada. Nos partíamos el eje, pero no contábamos con una cosa. Se lo chivó a mi madre estando nosotros delante y pasé mucha verguenza. Menos mal que sólo hubo regañina.
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