miércoles, 11 de enero de 2017

CUENTALUZ: El sonido del silencio

Desde niño siempre me ha impresionado el silencio que se 'respira' en el pueblo. Un silencio que transmite quietud, paz y desconexión. La sensación de que el mundo se ha detenido. El silencio que es capaz de hacer protagonista y ensalzar el suave canto de un jilguero o la ligera brisa que mueve las hojas de un árbol. El silencio es quien afortunadamente consigue que apreciemos todos esos pequeños matices, es el dueño de la mirada, del resto de nuestros sentidos.

El silencio es sentir. Sentir la naturaleza, las aguas del Duero, el viento, la tierra, el caño de la fuente que borbotea, la vibración del aire al paso de un buitre, el canto de la perdiz... Sentir la magia especial del silencio. Sentir tu propia respiración. Sentir las pisadas de alguien que se acerca. El silencio es como ver a tu alrededor una película con la voz en off. Una atractiva película en color que te absorbe, que recorres con la mirada, que te inspira, que te recrea, y en la que realmente te llegas a sentir el actor principal.

Me molesta romper el silencio. En ocasiones, cuando llego a la huerta y  pongo en marcha el motocultor o la motosierra me siento culpable de interrumpir esa armonía, de ser el extraño que altera el equilibrio natural establecido, el inadaptado al silencio, el profanador de un misterioso secreto, el aliado del ruido.

Quiero despertarme por la mañana, abrir las ventanas, que me deslumbre el sol, respirar un soplo de aire fresco, sentir el silencio, oir pasar a una bandada de golondrinas que me ensordezca con su trino. Quiero seguir percibiendo las mismas sensaciones que tengo desde niño. Quiero despertarme donde se pueda escuchar el agradable sonido del silencio.


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