jueves, 12 de enero de 2017

CUENTALUZ: Aquí nos hacemos ricos, mamá

¿Es posible hacerse rico cogiendo endrinas? Quizás si las pagaran a precio de oro podría ser que sí, quien sabe, porque había años que había muchas endrinas en Andaluz, tantas como para que llegara a exclamar un día, al ver aquellos endrinos repletos, esa frase que me salió de dentro "Mamá, aquí nos hacemos ricos", y que posiblemente permanece en mi memoria gracias a las veces que lo comentó después mi madre. Pero evidentemente sobre 15 pesetas el kilo, que si mal no recuerdo era el precio que se pagaba allá por los setenta, el dinero que se sacaba por las endrinas era como una ridícula propina por un duro día de trabajo en el campo.

En aquellos días de Septiembre venía un comerciante en su pequeña furgoneta a recoger las endrinas, ese fruto que se aprovecha para hacer el licor del pacharán. Casi todo el pueblo se movilizaba para ir de endrino en endrino ordeñando y llenando calderos. Y cada uno utilizaba su particular e imaginativa técnica 'cavila' para recogerlas, desde varear poniendo un plástico debajo hasta fabricarse alguna artesanal herramienta. Yo colaboraba más de recadero llevándolas a casa en un saco cogido al soporte de la bicicleta, por supuesto la BH, cuando ya se había llenado el recipiente.

Otra forma de sacarse algún jornal en el pueblo era ayudando al Angel a sacar la miel de los panales, en su pequeña explotación apícola. Disponía de dos máquinas extractoras por fuerza centrífuga que funcionaban con alubia y garbanzo, es decir, a base de brazo. Pasabas allí la tarde, y no era un trabajo que pudiéramos denominar muy rentable, como todo lo artesano. Se cobraba poco pero, eso sí, comías miel a demanda, sin límites, ponías los dedos debajo del chorro y a la boca. Más que comer miel, engullías miel. También fui algún día a catar la miel a las colmenas, una bonita experiencia.

Recuerdo su carácter siempre sonriente y verle allí debajo de la amarilla luz que daba aquella bombilla, con alguna abeja desorientada revoloteando alrededor, quitando con una paleta esa fina capa que tapaba las celditas del panal. Tenía unos pucherillos con agua caliente al lado de la lumbre para limpiar las paletas que utilizaba para raspar la cera. El agua dulce que quedaba al finalizar la jornada se utilizaba para hacer un excelente dulce gelatinoso que llamaban mostillo y que no he vuelto a tomar desde aquellos años. Tampoco he conseguido dar con su receta buscando por internet. Tendremos que intentar recuperarla, pues era un postre exquisito y original.
                                                             




No hay comentarios:

Publicar un comentario