... Y me dijo:
"Tienes que coger una gavilla de aliagas, atarlas con una cuerda y echarlas al Duero. Con mucho cuidado de no pincharte con las espinas. La dejas allí unos días, con el cordel atado en la orilla en alguna rama o en la hierba."
Y ésto ¿para qué?
Pues para coger un buen cebo para pescar. "...Y el día que vayas a por ella te llevas un plástico y lo pones en la orilla. Tiras de la cuerda de la gavilla, ayudado con una horquilla, como si fuera un retel y las recoges en un bote"
Me despertó sobre todo curiosidad creer que esos animalitos se iban a esconder ahí, entre las espinas de la aliaga. Cosa bien diferente ya sería llevarse a la cesta un buen barbo con la ayuda de esa golosina. Pero había que verlas, parecía tan increíble que al principio nos pareció que estaba bromeando...
Al cabo de unos días regresamos a levantar la aliaga. Pesaba mucho, quizás pusimos demasiadas... No contábamos con que la gavilla se va impregnando de lodo, algas, etc. que hizo que aumentara mucho su peso. La conseguimos levantar para apoyarla en el plástico, y... ¡auténtico!... ahí estaban saltando... parecía increíble, eran quisquillas. Pequeñas gambitas medio transparentes. Camarones de agua dulce.
El número de barbos que pescamos con aquella delicatessen ya os lo podéis imaginar, cero. Pero era cierto, otra vez nos quedamos sorprendidos por aquél, para nosotros, gran descubrimiento: había gambas en el Duero.